Percibimos con claridad cada edificio porque cada uno tiene una forma. La forma es la figura o determinación exterior de algo: Aristóteles plantea que es aquello que determina que algo sea lo que es. Gilbert Gillam Scott en su libro “Los Fundamentos del Diseño” expresa que la forma es lo que distingue cada cosa y sus partes perceptibles. Se trata de una relación particular entre tres factores: la configuración (se lo percibe como algo definido), el tamaño y la posición.
Percibimos las formas porque existen los contrastes.
Él contrate es lo que define la forma, porque solo percibimos la forma cuando hay un contraste en el campo visual. Por ejemplo, si ponemos un papel blanco sobre una superficie igualmente blanca, no veremos su forma a no ser que exista algún contraste, como el que se formaría con alguna sombra, o si la textura del papel fuera diferente a la de la superficie sobre la cual lo hemos apoyado.
La idea de figura-fondo es la estructura básica de nuestras percepciones.
Nuestra mente agrupa los elementos en unidades más amplias. Esto nos sucede al mirar las nubes o las estrellas; las relacionamos entre sí y nos imaginamos que forman figuras. A esta situación se le denomina tensión espacial; se ve reforzada por una característica psicológica de nuestra percepción.
En la arquitectura, la tensión espacial es de gran importancia porque al observar una obra relacionamos sus partes; se produce un efecto de atracción, vemos los diferentes elementos que conforman la fachada de los edificios y los espacios arquitectónicos y percibimos los volúmenes y las cavidades.
Al igual que la tensión espacial, la semejanza es otro elemento que actúa como una base para el agrupamiento de objetos y espacios en la percepción. Cuando podemos encontrar un parecido entre los objetos, sentimos una relación entre ellos.
Cualquier configuración evoca algún valor asociativo o de reconocimiento. Las obras de arquitectura nos envían mensajes, nos “hablan” a través de sus formas.
La forma de un edificio nos puede agradar o desagradar, nos atrae o nos provoca un rechazo, nos es indiferente o nos subyuga; sucede así debido a que evoca en nosotros recuerdos y realizamos asociaciones.
La arquitectura es considerada una de las bellas artes porque es un medio de expresión que se manifiesta mediante formas, espacios, colores. Produce en los seres humanos un goce estético. Es un medio de expresión de los seres humanos, refleja la cultura de cada pueblo. Las obras de arte transmiten sensaciones especiales que generalmente nos deleitan al verlas o escucharlas.
Pero no sólo lo bello es artístico ni todo arte es hermoso. Hay obras de arte que se caracterizan por la ausencia de belleza. Algunos autores consideran que lo feo aumenta la gracia de lo bello; lo importante es que expresa ideas, sentimientos, pasiones, estados de ánimo. Toda obra artística tiene un fin práctico; puede hacerse como propaganda de valores religiosos o morales, civiles, comerciales, incluso para la diversión. Su motivo es provocar y lograr sentimientos. El arte busca lograr la sensibilidad emotiva del espectador o del usuario.
La obra de arte depende del aporte del artista, de su intuición, pero también del contexto histórico, económico, social, religioso, político y geográfico.
Con ella, se establece un diálogo entre el autor y el espectador, aunque no se conozcan nunca. La obra de arte es un testimonio de la cultura, de la época del artista y de su manera de ser y de pensar. Esto lo capta el espectador quien reacciona de una u otra manera.
Nuestro edificio será una obra de arte si tanto las personas que miran su volumen desde afuera como quienes ingresan a sus espacios externos e internos y los recorren, sienten que están en un lugar especial que vale la pena mirar, observar, recorrer, apreciar sus proporciones, buscar sus ángulos, sus sorpresas, sus señales. Será una obra de arte si es un lugar diferente a los comunes, que hace pensar, recordar, relacionar, que hace que tengamos ganas de volverlo a ver, de volverlo a recorrer, de volverlo a sentir.
Carmen Bonell, en su libro La divina proporción, las formas geométricas y la acción del demiurgo, plantea que las formas geométricas son arquetipos, presencias eternas que no solo se transmiten tradicionalmente, sino que renacen espontáneamente.
Desde la antigüedad se conocen los triángulos, los cuadrados, círculos y rectángulos. Desde la prehistoria hasta nuestros días, las formas geométricas fascinan a los seres humanos, ya que producen la sensación de algo muy bello. Dice Bonell: “Las formas geométricas son formas activas, orgánicas, acumulativas, son configuraciones con capacidad organizativa que provocan, que mueven a la imaginación. Son formas fundamentales que están presentes en todos los tiempos, en todas las artes y son comunes a todas las civilizaciones.”
Hay un rectángulo, llamado el rectángulo de oro, que se conoce desde épocas muy antiguas y que ha sido utilizado por los arquitectos a través de la historia. Se caracteriza por tener unas proporciones que se repiten mucho en el cuerpo humano y en otros seres vivos. Analizaremos esta proporción más adelante, cuando desarrollemos el tema de la proporción.
Para qué las obras que diseñemos respondan a las necesidades psicológicas de las personas que las miran y que las utilizan, es preciso que conozcamos sobre la semiología y sobre la composición y sus principios, los que ayudan a lograr formas agradables y armónicas. La composición es la organización de cualquier diseño, la organización del todo y de cada una de sus partes, su configuración, tamaño, posición, color y textura.
La composición es un sistema de interrelaciones que produce una unidad. Un diseño armonioso tiene unidad, ritmo, equilibrio y dimensiones proporcionadas, así como una adecuada combinación del color y la textura. Pasaremos a explicar los principios compositivos y luego nos referiremos a la semiología de la arquitectura.
Principios de la composición en arquitectura
- Unidad
- Ritmo
- Equilibrio
- Armonía y proporción
- Color y textura