Uno de los mayores críticos de arte de la era victoriana, el escritor inglés John Ruskin tuvo un gran impacto en la evaluación de arte del siglo XIX. Sus puntos de vista personales sobre la pintura y la escultura (y también sobre la arquitectura) tuvieron una gran influencia en el gusto del público y, en consecuencia, en la reputación de muchos Maestros Antiguos y los movimientos artísticos que representaban.
También fue un reformador social comprometido (regaló toda su herencia) y creía en la dignidad del trabajo y la importancia de la artesanía, opiniones que resonaron en particular con William Morris (1834-96) y el movimiento de Artes y Oficios ingleses.
Sus escritos sobre arte, la mayoría de los cuales se completaron antes de 1855, incluían pintores modernos (publicado en 5 volúmenes, 1843-60), en el que argumenta que el papel principal del artista es «la verdad a la naturaleza«; Las siete lámparas de la arquitectura (1849); y Las piedras de Venecia (publicado en 3 volúmenes, 1851-3). En todos sus libros y artículos, destacó las conexiones entre la naturaleza, el arte y la sociedad. A pesar de una vida personal infeliz y una vejez estropeada por la enfermedad, Ruskin es recordado como uno de los grandes comentaristas tanto en la estética como en la historia del arte.
Las ideas de John Ruskin sobre el arte
Ruskin expresó una amplia gama de opiniones sobre pintura, escultura, arquitectura y el movimiento artesanal. Uno de los que destaca es su fuerte creencia en la conexión entre la naturaleza y el arte. Creía apasionadamente que la tarea de un artista era observar la naturaleza y expresarla, libre de cualquier regla de composición, en lugar de inventarla en su estudio.
Regularmente enfatizó su oposición a los artistas que favorecían la «convención pictórica» a expensas de la «verdad a la naturaleza». Admiraba así el compromiso prerrafaelita con el ‘ naturalismo ‘ y elogiaba el diseño arquitectónico gótico, cuyo idioma revivalista era extremadamente popular en la arquitectura victoriana. – por su reverencia por las «formas naturales».
Pero Ruskin fue más allá, argumentando que la naturaleza y Dios son uno y lo mismo; que la verdad, la belleza y la religión están inextricablemente unidas; que «la belleza es un regalo de Dios». Creía, por ejemplo, que el arte veneciano se había deteriorado porque los artistas estaban perdiendo su fe en Cristo y adoraban cosas transitorias como la sensualidad y el dinero.
Reputación y legado
Ningún teórico de la época victoriana ha sido tan ampliamente debatido y leído como John Ruskin, cuyos voluminosos escritos abarcan un sinnúmero de temas. Ruskin prefería el estilo medieval italiano, más sencillo, al complicado estilo gótico del norte, pues creía que la forma debía venir determinada por el material que la constituye y por el modo en que está construida. Para él, este ethos estaba encarnado en el período medieval primitivo.
Con todo, a diferencia de Pugin, Ruskin no se oponía al uso del hierro, aunque prefería los materiales convencionales. De esta forma, aportó una nueva visión a la intensidad estética de la superficie arquitectónica que a menudo faltaba en la arquitectura neogótica. En sus análisis de la construcción, Ruskin huía del enfoque de “manual del constructor”, y describía con enorme detalle los aspectos más simples de los muros de albañilería, las arcadas y sus elementos básicos.
El hecho de que un muro esté constituido por una serie de capas, decía John Ruskin, debe manifestarse lo más claramente posible en su superficie. No se oponía a los muros delgados, pero abogaba por que esa delgadez se expresara en el panelado o en el despiece de sus elementos. De esta forma, Ruskin empezó a pedir a sus lectores un replanteamiento de su visión del pasado, no tanto por una cuestión de proporción en sentido abstracto, ni por lo “romano” frente a lo “no romano”, sino más bien atendiendo a la razón de ser física y material que subyace al razonamiento arquitectónico.
Su preocupación por lo visual le condujo a preferir las columnas monolíticas. Rechazaba el uso de pilastras y contrafuertes, en la medida en que interferían en el impacto visual de una forma. La masa no debía ser coartada por la fría geometría, sino que debía moldearse libremente, con contornos sencillos y claros.
John Ruskin rara vez se ocupó de los interiores, así que tampoco se planteó cuestiones relacionadas con la forma y la función. De esta manera, se las arregló para sortear lo que hasta entonces siempre se había llamado “teoría”, es decir, el discurso sobre proporción y programa, lo que en cierto modo se puede considerar una forma de socavarlo. Para Ruskin, el aspecto del edificio —en el sentido que habría sido significativo para Durand era menos importante que la actitud del arquitecto al diseñarlo.
También podría añadirse que, para él, la superficie táctil de un edificio era tan importante como la planta. Ruskin, por supuesto, no era arquitecto como Pugin, pese a lo cual, como en el caso de Laugier, ejerció un impacto enorme en la arquitectura. Entre otras cosas, enseñó a sus lectores a usar sus propios ojos para entender un edificio. El movimiento “ruskiano” se hizo notar en Estados Unidos, en edificios como el Memorial Hall (proyectado por William Ware y Henry van Brunt, 1871-1878) en Harvard University, Cambridge (Massachusetts).
Después de Ruskin, toda una generación de arquitectos empezó a proyectar de una manera que armonizaba con su visión del mundo edificado. Esto comportó un lento alejamiento del medievalismo impuesto por Pugin, hacia un estilo más imaginativo para el cual no existe una denominación específica.
Entre los que trabajaron en esta dirección hay que citar a la firma de Deane y Woodward, que proyectó el interior del Museum of Natural History de Oxford University (1853), donde utilizó hierro visto al estilo gótico, mostrando sus cualidades expresivas hasta el último detalle, como los remaches de los elementos estructurales.