En el transcurso de dos generaciones, empezando en 550 a.C., el pueblo de Atenas estableció la democracia (510 a.C.), derrotó a los persas en la batalla de Maratón (490 a.C.), y construyó un imperio político y económico en el territorio continental de Grecia. La figura política preeminente de la época fue Pericles, responsable de la reconstrucción del Partenón como santuario panhelénico, revestido de mármol blanco del cercano monte Pentélico.
El templo se levantó sobre los cimientos de uno anterior que había sido destruido por los persas, aprovechando incluso algunos tambores de columna. El nuevo Partenón, proyectado por el arquitecto griego Ictino (con la colaboración de Calícrates y Fidias) y construido en menos de diez años, entre 447 y 438 a.C., estaba situado en posición dominante sobre la antigua colina de los dioses, frente al monte Himeto al este y la bahía de Salamina al oeste.
Se alzaba como un gran monumento votivo a Atenea, la patrona de la ciudad. Con un estilóbato de 69,5 × 30,9 metros, el Partenón era el mayor templo construido hasta entonces en la Grecia continental. En alguno de los primeros relatos del templo se le llama Hekatompedos (“cien pies”), refiriéndose, bien a su longitud total, bien a la de la sala más oriental de su cella, también llamada Hekatompedos.
Sin embargo, el tamaño no era su único rasgo original. Las fachadas este y oeste estaban delineadas por ocho imponentes columnas dóricas, lo que convertía al Partenón en el único templo períptero octástilo construido en la antigua Grecia, cuando lo habitual era el templo hexástilo.
El interior de la naos ha sido reconstruido en varias ocasiones, unas veces con una cubierta estándar a dos aguas y otras con una abertura. Las columnas del interior de la naos sostenían un segundo piso de columnas, y un foso rectangular poco profundo frente a la estatua se utilizaba posiblemente como estanque reflectante. La complejidad y elegancia de esta construcción también era inusual en su época, y ha perdurado como un hito hasta el presente.
Bajo su construcción subyace un sistema de precisos refinamientos que controlan la delicada curvatura de las líneas horizontales, la elegante convergencia de las líneas verticales y el matizado dimensionado y separación de las columnas estriadas de mármol. Ningún otro templo manifestaba una tensión visual tan refinada como el Partenón.
El estilóbato no era una plataforma plana, sino que presentaba una sutil curvatura esférica; su curvatura hacia arriba hacía que en el centro de los lados cortos se levantara 41 mm, mientras que en los lados largos esta flecha alcanzaba los 102 mm. Esta convexidad hacia arriba se extendía a todo el resto de la estructura, impartiendo una sutil curvatura al arquitrabe, la cornisa, y prácticamente a cualquier hilada “horizontal” de piedra.
Al mismo tiempo, cada una de las columnas mostraba el éntasis, o ligero abultamiento de la sección central de la columna. El éntasis es una convexidad que se da a la columna para corregir la ilusión óptica de concavidad que generan las numerosas líneas verticales. En este caso, la desviación respecto a la línea recta era sólo de 20 mm, mucho más sutil y mesurada que en templos griegos anteriores. Además, cada una de las 46 columnas perpetrarles estaba ligeramente inclinada hacia el interior, mientras que la inclinación de las columnas de los extremos se resolvía en diagonal. Si las columnas de los lados cortos se prolongaran idealmente hacia arriba, se estima que convergerían a unos 4,8 kilómetros sobre la cubierta.
Si bien cada uno de esos refinamientos parecen tener ventajas funcionales, la curvatura para evacuar el agua, la inclinación para mejorar el arriostramiento lateral frente a los sismos y los ajustes de las esquinas para mantener adecuadamente los alineamientos de las columnas con las metopas, muchos expertos, empezando por el arquitecto e historiador romano Vitruvio, han considerado que dichos refinamientos tenían fundamentalmente una razón estética. La cualidad plástica de esa arquitectura merecía un detalle escultórico digno de semejante nivel de excelencia.
Se desconocen los nombres de los artistas que ejecutaron el programa escultórico del Partenón. Un acuerdo bastante general es que Fidias encabezó un amplio equipo de escultores que cinceló los frontones, metopas y frisos. Gran parte de las esculturas se ha perdido debido a los saqueos, a la desfiguración y/o mutilación por parte de los cristianos y a la explosión que casi destruyó el Partenón en 1687. Pero los dibujos realizados por el estudiante de arquitectura francés Jacques Carrey en 1669 han resultado valiosísimos para la reconstrucción de la forma y el significado de la escultura original. Thomas Bruce, el séptimo conde de Elgin, desmanteló unos dos tercios del friso de Fidias y lo embarcó para Inglaterra (1801-1806), donde las esculturas, para oprobio de muchos, siguen expuestas en el British Museum de Londres, en la colección de los Mármoles de Elgin.