Augusto también construyó su propio foro (10-2 a.C.), girado 90 grados respecto al de César, y adosado a la muralla de la ciudad por su lado oeste. El foro de Augusto estaba en una zona densamente construida, por lo que hubo que hacer un gran dispendio en la expropiación y demolición de numerosas casas. La entrada se efectuaba por su lado sur, en la alineación marcada por el eje del templo que ocupaba el extremo norte del foro. Al parecer, Augusto no pudo comprar todo el suelo que precisaba para emplazar el edificio, pese a que el barrio situado detrás era uno de las más pobres de la ciudad, por lo que detrás del edificio se erigió un gran muro a modo de cortafuegos que servía de escudo para ocultar la pobreza de la zona.
Para resolver la irregularidad del emplazamiento, el arquitecto añadió unos pórticos que ocultaban sendas entradas posteriores, a mano derecha e izquierda del templo. El pórtico norte del foro de Augusto termina en una sala cuadrada que, en su tiempo, contenía una estatua colosal de Augusto.
El templo fue dedicado a Marte el Vengador, en cumplimiento de una promesa que hizo Augusto antes de la batalla de Filippos (42 a.C.), en la que murieron Casio y Bruto, los asesinos de Julio César. Delante y a ambos lados del templo hay ocho columnas corintias. La planta del foro de Augusto es prácticamente cuadrada (38 × 40 metros). La omisión de dos filas de columnas permitió habilitar una espaciosa entrada. En el ábside interior del templo, y elevadas cinco peldaños sobre el suelo de la nave, había estatuas de Marte, Venus y el divinizado Julio César.
Dos grandes exedras en ángulo recto tenían la finalidad de sostener estatuas alusivas a la historia de los grandes personajes de la fundación de Roma, Rómulo en una de ellas y Eneas en la otra. El imperio de Augusto tenía que verse como la culminación de esta historia, con el propio Augusto presidiendo esta galería de retratos, en forma de estatua de bronce, elevada sobre un pedestal que estaba situado en medio del Foro.
De cariz bastante distinto a las ceremonias religiosas que se desarrollaban en este lugar, el Foro se convirtió en el punto de partida para los magistrados que se desplazaban a provincias y en almacén de las banderas triunfales. También se usaba para las reuniones del Senado en espera de informes sobre las campañas militares.
La era de Augusto resultó muy provechosa para los arquitectos en general, lo que indujo a Marco Vitruvio Polión (hacia 70-25 a.C.) a componer su tratado, conocido hoy como Los diez libros de arquitectura. Aunque el libro contenga una gran cantidad de información útil sobre materiales de construcción, elección del emplazamiento, e incluso sobre la educación del arquitecto, Vitruvio se mostraba crítico con los desarrollos de la arquitectura de su época.
No estaba muy convencido sobre las bondades del hormigón, y consideraba que muchos de los nuevos edificios encargados por Augusto se habían construido sin atenerse a unos principios directores. En su intento de restablecer esos principios, sostenía que los tres órdenes dórico, jónico y corintio deberían regirse por unos cánones de proporciones únicos para cada uno de ellos. Vitruvio también distinguía entre firmitas, utilitas y venustas (firmeza, utilidad y belleza), y todo edificio debía proyectarse de acuerdo con estos criterios.
Un almacén, por ejemplo, debe ser construido teniendo en cuenta, fundamentalmente, la utilidad, pero su visión no debe resultar molesta, mientras que un palacio debe ser construido pensando en la belleza, pero sin embargo debe ser proyectado para perdurar. La repercusión de Vitruvio en la arquitectura romana fue mínima, pero, tras el descubrimiento de una copia de su tratado en 1414, en la biblioteca del monasterio suizo de Sankt Gallen, su influencia entre los arquitectos del Renacimiento resultó decisiva para sentar las bases de una teoría de la arquitectura en Europa que perduraría durante los tres siglos siguientes.