Un problema ineludible al analizar la arquitectura del siglo XX es la definición de temas tales como modernidad, modernización y movimiento moderno. Por lo que se refiere a la denominación “movimiento moderno”, es preciso advertir que, en ocasiones, diferentes campos artísticos interpretan de forma contradictoria este término. En los collages de Kurt Schwitters, “moderno” podría utilizarse para indicar fragmentación; en la obra de James Joyce, Finnegan’s Wake, un exagerado sentido de la subjetividad; y en la música de Arnold Schönberg, el afán de objetividad.
El movimiento moderno se relacionaba con paredes blancas, formas simples y una especial atención a la función, la estructura y el uso. Se situó a sí mismo en oposición particular al historicismo de las postrimerías del siglo XIX. Esta definición fue establecida por Philip Johnson y HenryRussell Hitchcock en el catálogo de la exposición The Internacional Style, celebrada en el Museum of Modern Art de Nueva York (MOMA). Aunque muchos puedan cuestionar las simplificaciones excesivas de la exposición, no hay duda de que el período comprendido entre 1924 y 1933 se caracterizó por el optimismo.
De ese período hay que mencionar las siguientes obras: la casa Rietveld-Schröeder (Utrecht, 1924), de Gerrit Th. Rietveld; la biblioteca de Viipuri (1927-1935), de Alvar Aalto; la casa Lovell (Hollywood, California, 1927), de Richard Neutra; el conjunto residencial Karl-Marx-Hof (Viena, 1927-1930), de Karl Ehn; la villa Salda (Praga, 1928), de Jan E. Kpula; el edificio de la Asamblea Nacional (Ankara, 1928), de Cle menz Holzmeister; la villa Savoye (Poissy, 19291931); el Pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, de Mies van der Rohe; la escuela al aire libre (Ámsterdam, 1930), de Johannes Duiker; y el Ministerio de Educación y Sanidad (Río de Janeiro, 1936-1945), de Lucio Costa y Oscar Niemeyer.
Desde el punto de vista estilístico, hay que tener en cuenta la aparición del movimiento alemán Neue Sachlichkeit (“nueva objetividad”), que se desarrolló hacia 1905 como una crítica de los excesos del Jugendstil, y después, tras la primera Guerra Mundial, como una crítica al expresionismo. El término Neue Sachlichkeit ya fue utilizado en 1924 por el crítico G. F. Hartlaub para describir la tendencia a la nitidez de líneas y al pragmatismo en el diseño.
Aunque el funcionalismo, como también fue conocido el movimiento, está en el núcleo mismo del movimiento moderno, difícilmente puede ser considerado como un ideal unificado. Mies van der Rohe ponía el acento en la claridad de la forma y el detalle del edificio; Walter Gropius en la volumetría y la organización del edificio.
Le Corbusier se replanteó el uso del hormigón y la planta libre, como definía en sus cinco puntos. El racionalismo también era algo más que superficies blancas. El color era importante, aunque este aspecto rara vez pudo apreciarse en las fotografías en blanco y negro de la época.
Entre los lugares donde se pueden rastrear los orígenes del racionalismo hay que citar el movimiento arts and crafts en Inglaterra y la obra de William Morris, Charles Rennie Mackintosh y otros. Este legado nos conduce hasta la Bauhaus, con sus talleres para producir tazas y platillos de té, en concordancia con la idea de que la transformación de la cultura burguesa está vinculada a la transformación del gusto burgués. Aunque el movimiento de la ciudad jardín, que empezó a finales del siglo XIX, fue una extensión de los ideales arts and crafts a la ciudad, habría que esperar a que Le Corbusier escribiera el libro Urbanisme, en 1924, para que el urbanismo recibiera un tratamiento auténticamente moderno.
El movimiento moderno, por supuesto, está vinculado a la aparición de los materiales nuevos como el acero, hormigón y vidrio, que permitieron, ya en la segunda mitad del siglo XIX, la construcción de rascacielos, puentes y estaciones de ferrocarril que cambiaron la forma de la ciudad, tanto la planta como la silueta. En este aspecto, cabe mencionar la obra de Peter Behrens para la corporación gigante AEG. Walter Gropius y otros racionalistas estaban particularmente enamorados de los edificios industriales y de sus posibilidades formales, y empezaron a ver en ellos modelos potenciales para el diseño, incluso antes de la primera Guerra Mundial. Mies van der Rohe fue particularmente responsable de la introducción de la estética del vidrio y el acero en la era moderna.
Aunque movimiento moderno y modernización sean conceptos frecuentemente vinculados, la modernización es anterior al movimiento moderno, pues es el fenómeno de la Revolución Industrial del siglo XIX. Un análisis de la modernización nos llevaría a hablar de la secularización de la sociedad, la aparición de una clase profesional, el paso de una economía basada en la agricultura a una basada en la industria y la racionalización de las industrias de la construcción. Aunque Reino Unido y, más tarde, Alemania, prepararon el terreno, no fue un fenómeno puramente europeo.
El mismo Egipto buscó la modernización en la década de 1880, como lo hicieron en las décadas siguientes Japón y China. En lo referente a las políticas asociadas a la modernización, han variado desde el totalitarismo y la dictadura al republicanismo y la democracia. Aunque muchos arquitectos del siglo xx trataron de vincular movimiento moderno y modernización, el mensaje no siempre fue aceptado. Durante la década de 1930, en la Unión Soviética de Stalin, y también en Japón durante ese mismo período, la apelación a la modernización fue de la mano de ideologías neotradicionalistas.
A menudo, la palabra modernidad se ha utilizado para describir el impacto de la modernización en las esferas social y personal. Pero, en la medida en que la palabra señala primordialmente la presencia de una ruptura en el tejido histórico, y dado que no todas las rupturas históricas son consecuencia de la industrialización, conviene usar la palabra modernidad en sentido amplio, es decir, para hacer referencia a cualquier revisión significativa de normas y valores.
El momento histórico en que movimiento moderno y modernización han estado más unidas se remonta a los primeros días de la recién formada Unión Soviética, cuando se respiraba un ambiente generalizado de conmoción en torno a la nueva promesa social del comunismo. En el corazón de este movimiento no solo hubo rusos como El Lissitzky, sino también el arquitecto holandés Mart Stam, así como los alemanes Max Taut y Hannes Meyer, este último director de la Bauhaus durante unos años, antes de su traslado a Moscú.
Para esos hombres, y para otros constructivistas de ideas similares, la vida de la fábrica tenía que expresarse en formas cubistas, estructuras de acero y, desde luego, en ausencia de referencias históricas. Sin embargo, la verdad es que, para la década de 1930, en la Unión Soviética se había construido muy poco, ya que el país estaba azotado por problemas económicos y controversias estéticas.
Con todo, los acontecimientos en la Unión Soviética demuestran la posibilidad de integrar movimiento moderno, modernización y nacionalismo, una síntesis potente que resultó particularmente atractiva a las élites de países no europeos, deseosas de encontrar alternativas al academicismo beaux-arts. Este fue el caso de Turquía, un Estado recién constituido en 1923, sobre los restos del imperio otomano, y después de Brasil, un país que, aunque ya era independiente desde 1822, bajo la dictadura de Getúlio Vargas porfiaba en una autoarticulación nacionalista. La alternativa al academicismo beaux-arts fue explorada con mayor vigor en India después de la II Guerra Mundial, donde se construyeron varias ciudades y capitales con el sello del movimiento moderno.
Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto tienen una posición en cierto modo inusual en el debate sobre el movimiento moderno, dado que ambos forman parte de su historia, pero también, fueron muy críticos con el acento en el funcionalismo, pues argüían que la arquitectura no debía basarse en el principio de la ruptura con el pasado. También ambos hicieron especial hincapié en el paisaje y el emplazamiento.
La historia del movimiento moderno y de la modernización está entrelazada con varios movimientos opuestos a su estética y que se remontan a la década de 1880. Algunos de esos movimientos respondieron a la destrucción del paisaje, otros al programa izquierdista de algunos de los protomodernos, otros a su aversión a las nuevas formas de arte. Y precisamente de esos movimientos surgió la llamada a la preservación de la arquitectura premoderna.
Este “preservacionismo” se originó en la Europa de fines del siglo XIX, y floreció, en gran medida, entre los defensores del gótico, que estaban preocupados por el deterioro progresivo de las iglesias medievales y lo que consideraban como la pérdida del foco espiritual en la vida moderna. No obstante, hacia la década de 1950, la preservación se había extendido a muchos estilos diferentes y empezaba a encontrar partidarios entre las tendencias dominantes en las esferas política y cultural; hacia 1970, ya había conseguido una amplia legitimidad institucional y gubernamental. Hoy día, paisajes enteros en muchas partes del mundo están siendo preservados bajo los auspicios de la Unesco.