Después de la II Guerra Mundial, la obstinación de la arquitectura moderna por una estética funcional racionalizada chocó contra la necesidad cada vez mayor de expresar monumentalidad, en particular en los grandes edificios cívicos. El proyecto de Frank Lloyd Wright para el Guggenheim Museum (1965-1969) en Nueva York, fue particularmente innovador en este aspecto, con un gran espacio simbólico como centro del proyecto.
El edificio está totalmente ocupado por una suave rampa que asciende en espiral y permite que los visitantes admiren las obras de arte de una manera continua, sin interrupciones, y también “ver y ser visto”, una idea muy próxima a la que desplegó Charles Garnier en la escalinata de la Ópera de París. La rampa, cuyo diámetro crece a medida que asciende, genera el perfil exterior del museo y contrasta de forma acusada con la geometría rectilínea de las manzanas de Manhattan.
Wright defendía la espiral con el argumento de que el arte abstracto ya no necesitaba ser contemplado en el marco tradicional de salas y muros. Pero, por más innovadoras y polémicas que fueran las ideas que sostenía Wright sobre las formas de exposición, nadie discute el impresionante espacio central del edificio. Se accede a él casi directamente desde la calle, y fue concebido como una prolongación del emplazamiento del edificio; en este sentido, constituyó una importante ruptura en la relación entre movimiento moderno y espacio cívico.
Aunque el edificio del Museum of Modern Art (MoMA) (1938-1939), obra de Philip Goodwin y Edward Durel Stone, fue técnicamente el primer edificio moderno en Nueva York, el Guggenheim Museum fue el primero realmente moderno de la ciudad. El proyecto sufrió varias modificaciones, pues en un principio iba a ser una galería de arte privada que mostrase la colección de Solomon R. Guggenheim, pero, más adelante, en 1952, el museo varió su definición para convertirse en algo mucho amplio, rivalizando con el MoMA como institución de experimentación a través de toda la gama del arte moderno.
El nuevo programa ampliado obligó a Wright a realizar cambios y concesiones, pero lo que no alteró fue su postura de que los cuadros planos quedarían bien colgando de las paredes curvas. El recibimiento positivo que tuvo el edificio por parte del público acalló las quejas de conservadores de museos y artistas.