El ornamento, elemento decorativo en la arquitectura y el diseño, ha sido una constante en la evolución de estas disciplinas. Utilizado en edificios, mobiliario, cerámicas, y otros objetos, el ornamento tiene como principal propósito embellecer y añadir valor estético a la obra en cuestión. Desde la antigüedad hasta movimientos artísticos más recientes, su presencia ha marcado épocas y estilos distintos, convirtiéndose en un reflejo cultural y social.
La arquitectura egipcia es un claro ejemplo de ornamentación simbólica, donde los murales y jeroglíficos no solo decoraban, sino que también comunicaban significados específicos sobre las tareas y creencias de su civilización. Los estudiosos destacan que, en este contexto, el ornamento trasciende lo meramente decorativo, funcionando como una forma de lenguaje visual cargado de simbolismo.
En la arquitectura griega, los ornamentos están principalmente en las columnas de órdenes Dórica, Jónica y Corintia. Cada una de estas órdenes se desarrolló en diferentes épocas y regiones, aportando características únicas a la ornamentación arquitectónica. Las columnas no solo sostenían estructuras, sino que sus capiteles y detalles superiores, adornados con elementos como la palmeta y la hoja de acanto, añadían una dimensión estética y simbólica que ha perdurado en la historia del arte.
Durante el Renacimiento, la arquitectura experimentó un resurgimiento de los ideales clásicos, donde la ornamentación jugó un papel crucial en la búsqueda de proporción, unidad y armonía. Este período vio la reintroducción de elementos decorativos clásicos como columnas, abóbadas y cúpulas hemisféricas. La ornamentación en esta época tenía el propósito de infundir respeto y transmitir la belleza intrínseca de la proporción humana y la naturaleza.
El Barroco, en contraste, llevó la ornamentación a nuevas alturas con una decoración expansiva y elaborada que buscaba impresionar y transmitir poder y riqueza. Las iglesias barrocas, especialmente en Italia, utilizaban columnas ornamentadas, imágenes de ángeles, molduras y brasones para crear un efecto dramático y emotivo. En el interior, el uso generoso de dorados y materiales como madera y mármol enfatizaba la opulencia y la intención de la Iglesia de influir sobre los fieles.
El Art Nouveau, surgido entre 1890 y 1910, introdujo una nueva visión de la ornamentación, caracterizada por formas orgánicas inspiradas en la naturaleza, como folhajes, flores y animales. Este movimiento se benefició de los avances tecnológicos en el uso de materiales como vidrio y hierro, permitiendo una integración más fluida entre ornamento y estructura. Los diseños de Art Nouveau se extendieron a mobiliarios y estructuras como escaleras y puentes, mostrando una armonía entre funcionalidad y estética.
La arquitectura moderna, liderada por figuras como Le Corbusier, se alejó de la ornamentación, abogando por la funcionalidad y la simplicidad. Los cinco puntos de Le Corbusier (fachada libre, ventanas en cinta, pilotis, terraza jardín y planta libre) resumían una filosofía que veía en el ornamento algo innecesario y anacrónico. Esta visión se resume en la famosa frase de Mies van der Rohe, «Menos es más», que refleja la priorización de formas geométricas puras y la eliminación de adornos superfluos.
Hoy en día, los ornamentos sobreviven en edificaciones históricas y en la preservación del patrimonio arquitectónico, recordándonos su papel fundamental en la evolución de la arquitectura. Aunque la arquitectura moderna cuestionó su relevancia, los ornamentos siguen siendo una manifestación rica de la creatividad humana y de la capacidad de comunicar valores y estéticas a través del tiempo. La apreciación de estos elementos nos permite conectar con el pasado y entender cómo el arte y la función se han entrelazado en la construcción de nuestro entorno.