A partir de principios del siglo xx, entre los arquitectos europeos se observa la tendencia a agruparse en diversas organizaciones donde definir sus posiciones y promover sus ideas en los temas culturales y políticos. El Werkbund, organización que todavía sigue existiendo hoy, fue fundada en 1907 y contó, entre otros miembros destacados, con figuras como Peter Behrens, Walter Gropius y Bruno Taut. El Novembergruppe, formado en 1918, aunque más efímero, duró solo unos pocos años, fue más decididamente premoderno y consideró que la economía de posguerra era una oportunidad para replantear las relaciones sociales y la expresión arquitectónica. Con todo, el grupo que ejerció un mayor impacto en el pensamiento arquitectónico fueron los CIAM, la primera organización internacional dedicada a debatir y promover la arquitectura moderna.
Nació como resultado del escándalo que causó el fallo del concurso para el proyecto del Palacio de la Sociedad de las Naciones, celebrado en Ginebra en 1927, que derivó en una agria disputa entre modernos y tradicionalistas, y en el rechazo del proyecto que presentaron Le Corbusier y Pierre Jeanneret en realidad, el “vencedor moral” del concurso—, en beneficio del proyecto academicista de P. N. Nénot.
Aunque los CIAM cambiaban constantemente su composición y prioridades, Le Corbusier siempre desempeñó un papel dominante, junto con Walter Gropius y el historiador y crítico de arquitectura Sigfried Giedion. Aunque desde el momento mismo de su fundación se produjeran enconados debates en el seno de la organización, el grupo logró mantenerse unido durante casi dos décadas. No obstante, en el V Congreso, celebrado antes de la II Guerra Mundial, el CIAM pasó de ser una organización que fomentaba la pluralidad de puntos de vista sobre la arquitectura moderna, a estar cada vez más dominada por las ideas de Le Corbusier.
El el primer Congreso de 1928 dio como fruto un manifiesto conocido como Declaración de La Sarraz, así llamada por el castillo de La Sarraz, en Suiza, donde se celebraron las reuniones. Veinticuatro arquitectos firmaron el manifiesto, que rechazaba las academias beaux-arts por su asfixiante dominación sobre la profesión arquitectónica, y, en cambio, promovía una arquitectura basada en consideraciones prácticas, económicas y sociológicas.
El documento también sostenía que la arquitectura moderna tenía que satisfacer no solo las necesidades materiales de la población, sino también las demandas espirituales e intelectuales de la vida contemporánea. El urbanismo no debía basarse en principios estéticos arbitrarios, sino en una política del suelo colectiva y metodológica. Este realismo sería reemplazado más adelante por un ethos más utópico que enfatizaba la cuestión sobre si debía adoptarse un planteamiento sociológico o uno más convencional. Los urbanistas con experiencia práctica tendieron a defender la primera postura, mientras que Le Corbusier se inclinó por la segunda.
En el III Congreso celebrado en Bruselas, Le Corbusier empezó a imponer su programa, promoviendo su Ville Radieuse. Así mismo, en el IV Congreso de 1933, los participantes publicaron sus conclusiones en la forma de un famoso documento llamado La Carta de Atenas (dado que el congreso se celebró a bordo de un buque en la travesía de Marsella a Atenas). En el documento se describía un mundo de ciudades rígidamente funcionales, con los ciudadanos alojados en rascacielos espaciados, basado en los principios urbanísticos del CIAM, que abogaba por cuatro funciones: habitar, trabajar, descansar y circular.
Los planes urbanísticos debían determinar la estructura de los sectores atribuidos a las citadas funciones clave, y fijar sus respectivas ubicaciones en el conjunto. Las distintas zonas de la ciudad estarían separadas por cinturones verdes. Hablando en términos deliberadamente muy generales, se presumía, en palabras de Le Corbusier, de que las posiciones adoptadas por los CIAM serían aceptadas por “una población ilustrada que entendería, desearía y demandaría lo que los especialistas habían imaginado para ella”.