Esquemas tridimensionales en el proceso de diseño arquitectónico
05/04/2020 · Actualizado: 15/07/2024
Una vez que tenemos una idea aproximada de la zonificación de los ambientes en el terreno, procedemos a realizar los primeros esquemas tridimensionales, empezando a darle forma a los espacios, teniendo en cuenta su función y planteando su estructura.
Para lograr una solución arquitectónica adecuada conviene revisar lo que en páginas anteriores vimos sobre lo siguiente:
- El espacio arquitectónico
- La función
- La forma
- La estructura.
Es preciso trabajar interrelacionadamente la forma, la función y la estructura de los espacios y por eso se hace necesario desde el inicio trabajar con las tres dimensiones, imaginándonos los diversos desplazamientos de las personas y lo que observarán y sentirán estando dentro de los espacios. Pensando en la forma más adecuada de cada espacio para que satisfaga las necesidades del cuerpo y de la fantasía. Previendo la forma de los esquemas tridimensionales y cómo se construirán.
Debemos evitar diseñar sólo “en planta” porque ésta no nos permite visualizar las cavidades o espacios internos, ni nos deja apreciar los volúmenes, ni los espacios externos que se crean entre los esquemas tridimensionales.
El arquitecto Bruno Zevi
Bruno Zevi plantea que “la planta de un edificio no es más que una proyección abstracta sobre el plano horizontal de todos sus muros. Una realidad que nadie ve fuera del papel y cuya única justificación depende de la necesidad de medir las distancias entre los diferentes elementos de la construcción para uso de los obreros que tienen que ejecutar el trabajo”. Dice Zevi que “mostrar la planta de un edificio sería algo parecido a explicar el tamaño de una pintura hecha por un artista y las superficies de cada uno de sus colores y no enseñar el cuadro. Para apreciar un cuadro necesitamos contemplarlo y para apreciar una obra de arquitectura necesitamos recorrer sus espacios.”
Una planta arquitectónica puede verse muy bella en el papel, como un cuadro abstracto, lo mismo puede suceder con las fachadas de un edificio, pero ello no nos garantiza que la obra arquitectónica será buena. Es importante hacer maquetas y vistas en tres dimensiones para apreciar los volúmenes y las cavidades.
Al diseñar relacionamos los espacios internos con los externos, estudiando los espacios que se van formando entre los volúmenes de las edificaciones, masas de árboles, promontorios, etc.
Es conveniente hacer los primeros esquemas tridimensionales pequeñitos, realizando algunos gráficos y haciendo pequeñas maquetas volumétricas con algún material fácil de manejar como la arcilla, la plastilina, el jabón o el poroplast o tecnopor. Estos esbozos son el embrión de nuestro proyecto. Poco a poco los iremos desarrollando y llegaremos a mayores detalles. Iremos moldeando los espacios según las actividades que en ellos se realizarán. Estos serán más amplios y altos si alojarán a más personas o si albergarán a personas cuyos movimientos generarán calor o si deseamos que, por alguna razón significante, destaquen dentro del conjunto.
Al diseñar cada espacio tendremos siempre en cuenta las sensaciones que recibirán las personas que estarán dentro de él ¿Quién ingresa, ¿qué mira? ¿Hacia dónde tendrá deseos de dirigirse? ¿Qué verá? ¿Qué sentirá quien camine por este lado? ¿Tendrá escala humana el espacio? ¿Será acogedor? ¿Será fresco? ¿Estará bien iluminado? ¿Cómo será el espacio si es de día o si es de noche? ¿Así de será vacío o lleno de gente? ¿Cómo será si llueve o hace sol? Siempre debemos considerar los cambios y las sensaciones que producen.
Los seres humanos buscamos la diversidad dentro de la unidad. Nos molesta la monotonía, pero también el caos.
Procuramos tener vistas diferentes, distintas posibilidades de elección. No deseamos sentirnos encerrados, deseamos libertad para movernos, pero queremos estar protegidos.
Los primeros esquemas tridimensionales se suelen llamar también partidos arquitectónicos (porque son el punto de partida del proyecto) o esquemas básicos. Poco a poco los vamos desarrollando llegando cada vez a mayores detalles, trabajando tanto los espacios interiores como los exteriores.
Los gráficos y las pequeñas maquetas nos ayudan mucho porque las imágenes nos hacen ver nuestras ideas y mejorarlas; no es suficiente pensar en la forma de los espacios, es necesario graficarlos. La imagen sintetiza una idea y cuando la vemos dibujada o en una maqueta, muchas veces nos sorprende porque vemos que así no era como la habíamos imaginado.
El hecho de plasmar en un gráfico o en una pequeño maqueta volumétrica nuestra idea inicial nos genera nuevas ideas que nos llevan a realizar una nueva imagen, generalmente mejor a la anterior. Así vamos aproximándonos a la forma de los espacios; dichas formas las analizamos desde los puntos de vista funcionales, estéticos, constructivos, etc. y las vamos mejorando, poco a poco.
Diseñamos cada espacio pensando en lo que éste le expresará al usuario, las sensaciones que le originará y cómo lo inducirá a vivir de manera más confortable. En esto influyen, por supuesto, nuestras experiencias, nuestros recuerdos, fragmentos de nuestra vida afectiva, nuestros gustos.
A veces partimos de presentimientos, de ideas vagas, confusas y muy generales, pero, al ir compenetrándonos con los problemas a resolver, al irnos familiarizando con el tema, al ir realizando los primeros tanteos gráficos, vamos tomando decisiones sobre los criterios organizativos y formales y vamos definiendo la forma de los espacios y la manera en que se construirán.
Es importante representar, en nuestras maquetas y dibujos, los alrededores. No debemos trabajar como si el proyecto estuviera sólo; debemos ir buscando la armonía o el contraste con el entorno, pero buscando siempre la unidad del conjunto.
Para mejorar los espacios, la forma, la función y la estructura del edificio que estemos diseñando, es de gran ayuda pedirles críticas a nuestros compañeros, porque muchas veces ellos se darán cuenta de algunas cuestiones que nosotros no hemos percibido.
Podemos comparar el esquema básico arquitectónico con el esbozo que hace un dibujante, quien poco a poco va definiendo su dibujo. Corrige lo que no le va quedando bien, borra y vuelve a dibujar.
Como el proceso del diseño no es rígido, puede suceder que, estando en la elaboración de los primeros esquemas tridimensionales, nos demos cuenta de la necesidad de agregar algún espacio que no habíamos considerado, o cambiar la ubicación de otro.
Los programas arquitectónicos y zonificaciones siempre se pueden mejorar ya que, conforme vamos compenetrándonos con el diseño que estamos realizando, vamos descubriendo mejores relaciones de funcionamiento e incluso podemos darnos cuenta de la conveniencia de añadir algún elemento que anteriormente no habíamos considerado.
El diseño debe mejorar constantemente la relación de los productos humanos con el medio ambiente. Hay una norma fundamental que se sintetiza en lo siguiente: “reducir, reciclar y recuperar”, norma conocida como “las tres erres”. Al diseñar podemos cumplir con esta norma evitando el derroche de materiales y energía y procurando que los edificios tengan larga vida, que los materiales empleados cuando la obra deje de ser útil puedan ser reciclados o desmontados sin dificultad, llevados a otro lugar y reutilizados.
Es conveniente aprovechar la energía del sol, del agua, del viento, y los desperdicios orgánicos. Los arquitectos debemos explicar a los clientes las ventajas del ahorro de energía (por ejemplo, utilizando más la iluminación y ventilación natural en vez de la iluminación y ventilación eléctrica) o de la utilización de la energía solar o de la energía eólica, la posibilidad y conveniencia de reutilizar materiales, respetar el medio ambiente, reciclar, evitar el uso de materiales en extinción o dañinos para la salud. Debemos contribuir al cambio de las costumbres y las ideas.
Debemos minimizar la producción de residuos, utilizar tecnologías limpias, desarrollar las técnicas y la comercialización de productos de tal manera que no tiendan a incrementar la cantidad de residuos y, si estos de toda manera existen, aprovecharlos como fuente de energía.
Nuestro diseño debe contemplar tanto el producto en sí como los procesos y tecnologías necesarios para su producción. Y también debe considerar su muerte, su final, su transformación en algo diferente.
Para obtener energía, podemos utilizar paneles solares o molinos de viento; en el caso de calentar el agua podemos emplear sistemas que utilizan el calor del sol; para cocinar, podemos emplear hornos y cocinas solares o biogás; para delimitar los terrenos, podemos utilizar cercos vivos.
Es preciso diseñar y construir con productos que no sean nocivos para la salud. (Un material muy nocivo es el asbesto cemento que ha sido prohibido en casi todo el mundo debido a que el amianto, componente básico del asbesto cemento, produce cáncer.)
Conviene utilizar la menor cantidad posible de materiales para delimitar los espacios, dar la mayor fluidez espacial a los espacios internos y trabajar con los espacios virtuales. Utilizar más los materiales que no consumen energía, como el adobe, la quincha y las cañas. Los ladrillos pueden cocerse en hornos que no utilicen leña ni petróleo; para ello se puede utilizar el biogás y también la cascarilla de arroz, que en muchos lugares se desecha.
Procuremos lograr que los edificios tengan espacios multiuso, para ahorrar materiales y sacarle más provecho a cada obra arquitectónica. Procuremos modular, para no desperdiciar. En la medida de lo posible, produzcamos en serie. Construyamos con materiales duraderos que no tengan que ser reparados con frecuencia.